El señor de los anillos es una maravillosa historia de valor y heroísmo, engalanado con la fantasía infinita de Monsieur Tolkien. No enmascara sus intenciones como oda a la homosexualidad, poco encubierta, de las numerosas parejas que se crean a los largo de la novela. Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuk, Frodo y Sam, Legolas y Gimli…¿Pero que carajo importa mientras se quieran?
La interpretación magistral llevada a cabo por Peter Jackson es verdaderamente digna del libro, y merece la pena ser vista hasta morir de inanición
Pero todo esto no quita la verdadera razón del creador de este maravilloso mundo, y es la de hacer una maravillosa apología del tabaco para pipa. Tolkien era un verdadero amante de ésta y a lo largo de la historia aprovecha cualquier resquicio para situar un buen fumeo por parte de sus protagonistas.
La vida en la comarca es el paraíso, es un verdadero Edén, no aquel burdel inconsistente al que pretenden huir los elfos, huyendo de las pasiones oscuras de las demás razas que pueblan la Tierra Media. Los Hobbits gustan de los placeres sencillos, mundanos. Le gustan las “cosas que crecen” y maldita sea que es envidiable. Seres pacíficos que se dedican a trabajar sus tierras, beber cerveza y fumar cuando pueden.
Pd: Vive Dios que me gustaría ser un Hobbit.
Pd2: Y el que quiera entender…que entienda.
miércoles, 16 de diciembre de 2009
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