La televisión es un arma intrínsecamente malvada. Por supuesto, y como todo, tiene aplicaciones francamente cojonudas. Pero en éste caso todas sus aplicaciones dignas son un compendio de retales a los que se suma basura de paisano.
No hay más que contemplar someramente el ente televisivo para descubrir que todo lo que de él se desprende es basura. Programas de corazón sobre corazones oxidades. Cultura empozoñada por la estupidez. Entretenimiento soez y pútrido. Ni siquiera los informativos alcanzan una cota mínima de dignidad social; empalagan las mentes de los buenos ciudadanos con mentiras y manipulaciones, crean fenómenos inexistentes y sobreviven a base de cortinas de humo.
La información es más fiable en la prensa. El cine es más divertido en el propio cine. Un partido de fútbol siempre apasiona más entre parroquianos de bar. El entretenimiento es...mejor aburrirse, que cojones. Desde luego si algún aparatejo de los que inundan nuestra casa debiera desaparecer es sin duda alguna: la caja tonta, la puerca caja.
Y como siempre, los más débiles y más a merced de las garras televisadas, son siempre los representados por la edades extremas de la vida. Los efluvios abyectos de la televisión calan con muchísima más facilidad en niños y ancianos. Los primeros por empaparse de todo lo curioso, y todo lo que proyecta la tele, para ellos, es nuevo y divertido. Los segundos porque en la soledad a la que la sociedad los arroja, son obligados a exponerse a sus tóxicos efectos. Los niños se aislan en un mundo irreal y estupidizante que les niega el sabor de la vida en sociedad, junto a otros niños y su imaginación. Los viejitos pierden la oportunidad de salir "ar tranco la puerta" a hablar con el vecino o simplemente a disfrutar de su melancolía, una visita o una conversación nutritiva.
Solo quiero advertiros de los posibles efectos secundarios de la televisión. Ya que el buen estado, paternal y todopoderoso, no avisa en las cajas de la posible "muerte lenta y dolorosa" que causará las chorradas televisivas.
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